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LA IGLESIA, una marca como Dios manda.


¿Te acuerdas de aquello que te habrán contado más de una vez en clase de religión que dice algo así como que Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó? Pues mira, ya me perdonarás pero a riesgo de que me excomulguen, yo discrepo: sinceramente opino que al séptimo día lo que hizo Dios fue asesorarse por una empresa de marketing y comunicación para ver qué es lo que tenía que hacer para convertir a la Iglesia en una marca de padre y muy señor mío, y luego lo ejecutó todo religiosamente. De hecho, si te fijas bien, es una de las marcas con más clientes, más puntos de venta y mejor estrategia de comunicación, y además con un logotipo y un eslogan que se conocen universalmente. En pocas palabras, una marca que es la hostia. O sea, que lo que pienso es que en lugar de descansar, ese domingo trabajó mucho y bien porque el resultado ya lo querrían para sí muchísimas marcas internacionales. Y es que con el marketing de la Iglesia hemos topado, nunca mejor dicho. Para empezar, la promesa que te ofrece la marca si te conviertes en fiel consumidor es una promesa prácticamente insuperable: la vida eterna y la salvación de tu alma. ¿Cómo va a poder hacerle sombra cualquier otra marca sobre la capa de la tierra que solamente puede ofrecer emociones que duran un ratito? ¿Qué son un poco de felicidad, unos instantes de placer, unos segundos de sabor en la boca o unos añitos sin arrugas a cambio de vivir por los siglos de los siglos? Ahí es nada, vivir para siempre, supera eso si puedes. Por eso ofrecen productos para todas las edades y necesidades, ya acabes de aterrizar en este mundo o te estés yendo de él: bodas, bautizos, comuniones, confirmaciones, extremaunciones y funerales, y por si te parece poco, además tienes la posibilidad de tener contacto directo con la marca todos los domingos en la misa semanal, en cualquiera de sus sucursales y puntos de venta que están en todo el mundo y que también se conocen como iglesias. Casi, casi, no hay ningún pueblo que se precie que no tenga iglesia, conozco más de un pueblo pequeñito que no tiene consultorio médico o colegio, pero la iglesia no falta. Y ojo, porque además de las tiendas propias cuentan con franquicias como colegios religiosos y asociaciones varias, que les ayudan a difundir el mensaje. Sin olvidar, claro está, el manual de instrucciones o libro corporativo más leído de la historia: la Biblia, y no será precisamente porque sea corto y se lea en un santiamén.


Por eso no es de extrañar que a sus clientes directamente los llamen fieles, porque lo son. Si es que se ganan el cielo. ¿Y qué me dices del logotipo de la cruz? Debe ser el logotipo más famoso de la historia. Me dirás que parece fácil y poco trabajado, un palito por aquí y otro por allá, pero es simple, fácil de recordar y muy sencillo de reaplicar en merchandising varios como estampitas, medallas y rosarios. Luego apareció el logo de la Cruz Roja o la cruz de las farmacias, pero no hay punto de comparación. Y hablando de todo, la red de ventas de la marca no está nada mal: obispos, curas, monjas, cardenales, abades, frailes… todos dedicados a promulgar el misterio de la fe en cuerpo y alma, un montón de comerciales que literalmente se casan con la marca y que además adoptan nombres que no dejan lugar a dudas sobre su dura tarea de evangelización de veinticuatro horas al día: nombres como las esclavas del Sagrado Corazón de Jesús o los esclavos del Santísimo Sacramento dejan poco pie a la imaginación. Y cada cual con su uniforme, como Dios manda, y como se lleva en las empresas más punteras.


Sin embargo, como cualquier marca que se precie, la Iglesia católica también está al tanto de cómo le funciona el negocio. A pesar de su buen posicionamiento de marketing, últimamente habían detectado que les estaba bajando el número de fieles, y también habían notado que su reputación se había visto alterada por algunos escándalos, y por ello la marca se mostraba algo lejana de su público potencial. Por este motivo Papa completamente diferente a los anteriores: el primero no europeo en 1300 años y también el primero que ha adoptado el nombre de Francisco, en honor a San Francisco de Asís, quien rechazó la riqueza para seguir una vida de pobreza, para que quede bien clarito que se están marcando las diferencias. Y hay que decir que la cosa les va viento en popa, ya que todos sus gestos aparentemente espontáneos siguen el manual de cualquier campaña de marketing que pretenda hacer un cambio de imagen: lleva un anillo de plata en vez del tradicional de oro, la cruz que lleva en el pecho es de metal y sin ornamentos, viste ropas sencillas y no las lujosas que vestía su antecesor, no quiere vivir en el palacio pontificio como era tradición, rompe el protocolo al acercarse mucho más a la gente en sus viajes papales y hasta se le vio lavando los pies de los presos de una cárcel de menores la tarde del Jueves Santo.


Aun así, la nueva imagen de marca todavía no ha llegado a toda la empresa. Por ejemplo, no parece haber llegado hasta el cura de Beniparrell, que en primera instancia colgó en los nichos del cementerio la deuda que cada familia tenía por las obras de rehabilitación del camposanto y luego advirtió a los feligreses que la parroquia sólo rezaría por los difuntos cuyas familias hubieran satisfecho esos pagos. El negocio sigue siendo el negocio, y del mismo modo que en muchas tiendas no se fía, no se va a rezar en esa parroquia por el alma de quién no tenga las cuentas al día. Con todo, los del consejo de dirección tendrán que estar al loro porque cada vez hay más competencia y surgen otras marcas dispuestas a robarles clientes, como por ejemplo el budismo, el hinduismo, la cienciología o el pastafarismo . Y en concreto, este último viene pegando fuerte: su deidad es el monstruo del espagueti volador, una sorprendente bola de espagueti con albóndigas que ya cuenta con millones de seguidores en todo el mundo que defienden su causa. De hecho uno de sus militantes, el austríaco Niko Alm, ha logrado que en su país se reconozca el escurridor de pasta como símbolo religioso y, del mismo modo que se permite a las monjas aparecer en la foto del carné de conducir con su hábito cubriéndoles la cabeza, él ha podido aparecer en la foto del suyo con un colador en la cabeza. Por lo pronto, por estas latitudes la fiebre no llega a tanto pero aquí el monstruo del espagueti volador amenaza con convertirse en el Dios supremo de cualquier bar de tapas. Y eso sí que es sagrado.

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